Emprendo la mañana
con el usual enojo
que me causa
no haber podido
arrancarme de la cama
una hora antes
cabeceo
las primeras gotas
desenriedo
los primeros nudos
y me aventuro
hacia la parada
de un 62 que cuando
no tarda tanto como hoy
me regala el
primer espacio
del día
para pensar
libre de culpa
por impuntualidad
para pensar
entre otras cosas
que el otoño
en Buenos Aires
es distinto al otoño
en cualquier otro lugar
que la señora
del asiento de adelante
se queda dormida
y eso me emociona
hasta las lágrimas
para pensar que
quizás
mi vida es
demasiado
rutinaria
salvo por el otoño y la señora
pero puede que
no sea eso
lo que más me moleste
sino realmente
creer que el arte
en todas sus formas
se me escapa
entre los minutos
y los lugares
creer que el tiempo
quema horas y segundos
y la vida me pasa por al lado
entre análisis armónicos
y orquestaciones románticas
y me abrumo.
Toco el timbre
para pedir parada
y camino dos cuadras
con requiem de fondo
Finalmente
llego
y contrario a
todos mis prejuicios
me siento
y escribo un poema
sobre los pensamientos
en los que invertí
un nuevo viaje
urbano.
Y ahí
me reencuentro
con el arte
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